Sobre mi

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Mi labor es ayudar a crear libros y a convertir los defectos en oro y las historias en sueños. Cumplo la primera regla no escrita del asesor literario permanecer en la sombra y que nunca se conozca de manera pública mi labor mi labor. Lo importante es el autor y su libro, ningún tipo de obra, ni género tiene más valor que otra, el mérito es ofrecer un buen texto y que despierte el interés del lector. Es un trabajo en el que se enseña desde cómo pensar un libro, de qué forma escribirlo y cómo dirigirlo a los lectores siempre curiosos, abiertos nuevas historias y personajes apasionantes

Alfredo García

Cuenta una antigua leyenda que antes de nacer, cuando todavía nos encontramos en el vientre materno, aquel que será después nuestro ángel custodio en vida, con un siseo de silencio y el dedo índice sobre sus labios pronuncia en voz baja estas palabras: «Calla. No digas lo que sabes». Y acto seguido, el ángel posaría su dedo sobre nuestros labios a modo de ritual que sella un pacto de silencio. Dicen que la hendidura que presentamos los humanos entre el labio superior y la nariz (surco subnasal) sería la impronta dejada por el dedo del ángel que sigiló nuestra boca para que no reveláramos al mundo lo que sabemos, con este gesto -quizás para curarse en salud- también nos hizo olvidar ese conocimiento que albergaríamos en algún lugar recóndito de nuestra memoria genética. El advenimiento del ser humano al mundo estaría marcado, pues, por el sigilo del olvido y del silencio.

Este mito nos sitúa ante dos visiones del saber. La que concibe al ser humano conectado con la sabiduría universal, a la que la habríamos tenido acceso a través de algún tipo de existencia previa a la encarnación en un cuerpo y la venida al mundo (o según algunos pensadores y tradiciones espirituales, a través de sucesivas reencarnaciones). Y otra, la más común, que da por hecho que la vida presente es la única fuente de conocimiento para el ser humano. Sea como fuere, el acceso a este conocimiento se encontraría cancelado (‘celado’) y las experiencias de aprendizaje, en un sentido no solo trascendente, sino también ordinario o mundano, consistirían fundamentalmente en un descubrimiento (o redescubrimiento de lo que en realidad ya sabíamos por esa misteriosa conexión precedente con el mundo que nos rodea).

El dicho es sinónimo del proverbio castellano «nadie nace enseñado» que en la forma que conocemos, «nadie nace sabiendo», es más propio y usual en las islas y en el español de América. Según algunos paremiólogos se trata de una máxima que viene del proverbio latino atribuido a Séneca: Nemo nascitur sapiens, aunque hay quienes le asignan otro origen posible. El registro aparece en el Quijote al menos en una ocasión, por lo que presumimos que su uso era ya común en el siglo XVII [«-Vos tenéis razón razón, Sancho -dijo la duquesa-, que nadie nace enseñado, y de los hombres se hacen los obispos, que no de las piedras»; Q, II-XXXIII].

«Nadie nace sabiendo», en el sentido más usual, justifica la ignorancia o el desconocimiento en cualquier ámbito de la vida a la vez que la falta de pericia o habilidad en alguna ciencia u oficio. Se dispensan así la ineptitud o la inmadurez de alguien (incluso puede tener un sentido autoreferencial como excusa de la propia ignorancia) ya que es la experiencia, como «madre de la ciencia», la clave que se perfila como fundamento del conocer y del saber. Nadie puede ser subestimado por su ignorancia «temporal», puesto que el conocimiento es una meta que se alcanza (o se descubre) con los años y fruto de un proceso de aprendizaje basado en la experiencia o supliendo la falta de las vivencias propias por las del sujeto aleccionador (maestro). En definitiva, conocimiento y sabiduría están relacionados con tiempo, vivencias y experimentación. Tres nociones conexas con la vida. Ya que todo es cuestión de tiempo: «Con el tiempo y una caña?» , insinúa otro dicho recurrente; o «la experiencia es la madre de la ciencia», sentencia universal que subraya la importancia del conocimiento práctico en la enseñanza/aprendizaje. «Una para saber y otra para aprender», que a modo de máxima pedagógica puede ser invocada frente a alguien que muestre desconocimiento sobre un oficio o habilidad manual. Otra expresión afín a las anteriores, cuya rudeza la hacen más propia de ambientes rurales, es «capando se aprende a cortar huevos» o «cortando huevos se aprende a capar» (o «haciendo surcos se aprende a surcar») que viene a decirnos que la habilidad o destreza en el manejo de una técnica, arte u oficio se adquieren a medida que se va practicando.

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